en el vientre de tu madre.
Siéntate de rodillas en el suelo y a continuación,
poco a poco, empezarás a sentir que quieres poner
la cabeza en el suelo; entonces ponla.
Adopta la postura fetal, en la que el niño
se queda enroscado en el vientre de su madre.
E inmediatamente sentirás que viene el silencio, el mismo silencio que estaba allí, en el útero materno.
Sentado en la cama,
métete debajo de la manta y acurrúcate.
Y quédate allí completamente quieto, sin hacer nada.
A veces vendrán algunos pensamientos:
déjalos pasar, sé indiferente,
no te preocupes en absoluto.
Si vienen, bien; si no vienen, también bien.
No luches, no los rechaces.
Si luchas te sentirás alterado.
Si los rechazas se harán persistentes;
si no los deseas, se negarán tercamente a irse.
Simplemente no les prestes atención;
déjalos allí, en la periferia,
como si fueran el ruido del tráfico.
Siéntete completamente indiferente a él;
no tiene que ver contigo, no es tu problema;
quizá sea el problema de otra persona,
pero no es el tuyo.
Y te llevarás una sorpresa:
habrá momentos en los que el ruido desaparecerá, desaparecerá completamente,
y te quedarás completamente solo.
En esa soledad completa, encontrarás un silencio.
La postura fetal,
como si estuvieras en el vientre de tu madre
y no hubiera mucho espacio para acurrucarse,
y hace frío, de modo que cúbrete con una manta.
Será un útero perfecto, cálido y oscuro,
y te sentirás muy, muy pequeño.
Te dará un profundo vislumbre de tu ser.
OSHO