En algunos monasterios del Tíbet todavía se practica una de
las meditaciones más antiguas que existen.
Esa meditación se basa en la
verdad que te estoy diciendo.
Enseñan que algunas veces puedes,
simplemente, desaparecer.
Sentado en el jardín, empieza a
sentir que estás desapareciendo.
Simplemente, observa el aspecto
que tiene el mundo cuando te has ido de él, cuando tú ya no estás en él, cuando
te has vuelto absolutamente transparente.
Intenta no estar aunque sea por un
instante.
En tu propia casa, estate como si no existieras.
Piensa que un día no estarás.
Un día te habrás ido, estarás
muerto; la radio todavía continuará, tu esposa todavía preparará el desayuno,
tus niños todavía estarán preparándose para ir a la escuela.
Piensa que hoy te has ido, que no
estás.
Conviértete en un fantasma.
Siéntate en la silla y,
simplemente, desaparece; simplemente, piensa: «Ya no tengo realidad: no
existo».
Y observa que la casa continúa.
Habrá una paz y un silencio
inmensos.
Todo continuará tal como es.
Sin ti, todo continuará tal como
es.
Nada se echará de menos.
Entonces, ¿qué sentido tiene estar
siempre ocupado, haciendo algo, obsesionado con la acción?
¿Qué sentido tiene?
Tú te irás y todo lo que hayas
hecho desaparecerá, como si hubieses escrito tu nombre en la arena y luego el
viento hubiese borrado la firma y todo se hubiese acabado.
Has de estar como si no hubieras
existido nunca.
Es, sin duda, una hermosa meditación.
Puedes intentarla muchas veces en
veinticuatro horas.
Con medio segundo será suficiente;
durante medio segundo, simplemente, detente... no estés... y que el mundo
continúe.
Según vayas tomando más consciencia
del hecho de que el mundo continúa perfectamente sin ti, podrás conocer otra
parte de tu ser que lleva mucho tiempo abandonada, vidas, que es la modalidad
receptiva.
Simplemente, permites; simplemente, te convierte en una puerta.
Las cosas siguen ocurriendo sin ti.
OSHO